La Peste Negra fue una epidemia que asoló Europa a mediados del siglo XIV, extendiéndose por todo el continente y provocando la muerte a más de un tercio de la población. Sus efectos se grabaron tanto en la imaginación popular que el nombre sigue estando asociado a algo letal y amenazador incluso en nuestros días, casi 700 años más tarde. Hoy sabemos que la enfermedad llegó desde Asia extendida por los roedores y sus pulgas, aunque no era esa la única forma de contagio. Una de sus variantes se propagaba por el aire, haciéndola aún más peligrosa. El hambre y la pobreza de la época, debida a malas cosechas y guerras interminables, fueron el escenario perfecto para que la peste atacase sin piedad en todas partes. Cansados y famélicos, los europeos estaban su merced: sólo una de cada diez personas infectadas se salvaba. Generalmente la muerte llegaba con una velocidad terrorífica, entre dos y siete días después del contagio, entre fiebre y oscuras hinchazones en la piel, entre toses y t